Plastilina
Antes de la plastilina viene la tierra ablandada con agua. Se mezcla, se amasa con la palma, se corta y divide, se hacen albóndigas. Las manos se ensucian, las uñas se ensucian, incluso los brazos. La plastilina es la versión limpia de esta manipulación. El juego preliminar consiste en pasar de la dureza del bloque apenas liberado del celofán a la blandura obtenida después de mucho apretar y estrujar. Llegado a este punto, cuando la materia es dócil entre los dedos, nace la criatura. Se dice que el Ser, solo en su esencia, se aburría. Comenzó entonces, con la materia informe, a construir juguetes: la pelota del sol, de la tierra, de la luna; las pequeñas alhajas de las estrellas y todas las cosas terrestres. La forma redonda es la primera que se obtiene con el Pongo, después, de la pelota se pasa al cuadrado y al cilindro. Oprimiendo la mano abierta sobre un bloquecito se obtiene una milanesa en la que quedan inscriptas las líneas de la mano, las líneas de la vida, del destino, del corazón, el intrincado entrecruzamiento de líneas que detentan el secreto de futuros encuentros, pasiones, enfermedades, el centro engañoso de la existencia.
La plastilina tiene un olor que le gusta a los niños y que pone por encima de otros materiales inventados sucesivamente con el fin de darle forma a lo informe. Son materiales naturales que, ingeridos, no hacen mal; pero quedan reducidos a harina, se vuelven fácilmente rígidos, sobre todo no oponen esa resistencia inicial que poco a poco es vencida por el trabajo tenaz de los dedos. La plastilina amasada responde con elasticidad y calor especial. Por eso tantos niños llevan pelotitas de plastilina en los bolsillos, y meten las manos y las manipulan para distraerse, concentrarse, calmarse.
Fragmento de Catálogo de juguetes, de Sandra Petrignani (La Compañía, 2009)
FUENTE: educar
* Artículo del Diario Clarín a la autora del libro "Los Niños necesitan de una dimensión mágica"
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