Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo
Mark Twain. Ilustraciones de Ricardo Peláez
FCE - México, 2005
¿Quién dice que portarse bien es bueno? ¿Quién dice que portarse mal es malo? Es más…,
¿qué significa ser bueno o ser malo? Como una fábula contemporánea que rompe con el
estereotipo de la moraleja –y en algunos casos de la moralina–, Historia de un niñito bueno.
Historia de un niñito malo, del humorista universal Mark Twain, irrumpe en la conciencia
social para cuestionar los valores impuestos por un grupo de personas, fieles a la “escuela
dominical”.
Hábilmente ilustrado por el artista Ricardo Peláez, el libro semeja una comedia de
enredos, cuyos personajes, es decir, el “bueno” y el “malo”, terminan reflejándose en una
sola imagen: la del espectador que se ve a sí mismo en ambos. A veces, noble y bien
portado frente a los demás. Otras, egoísta, malintencionado, envidioso y prepotente.
En esta obra de claroscuros, el destino de los personajes no cumple con los
lineamientos establecidos por una sociedad hipócrita. Jacob Blivens, el niño obediente,
estudioso, que jamás miente –ni siquiera por conveniencia–, al que sus compañeros no
comprenden (piensan que está medio tocado), vive lejos de la felicidad que pintan los libros
de la “escuela dominical”. Por más que intenta ser bueno, todo le sale mal. Por más que se
esmera en hacer el bien, siempre se las ve negras.
Al tiempo que Jacob sueña con aparecer en un libro ilustrado, que lo capte
negándose rotundamente a mentirle a su madre, mientras ella llora de emoción, Jim, el
niñito malo –a cuya fortachona madre no le importa su hijo–, suele librar sin obstáculos
los problemas en que se mete. Tales son sus travesuras que un día, después de robarse la
llave de la despensa, abrirla y servirse una buena cantidad de mermelada, llena el tarro con
chapopote para que su mamá no se dé cuenta.
Distante de las historias que cuentan los libros de la iglesia, en lugar de sentir culpa
por jugarle chueco a su santa madre, dice en tono burlón: “La vieja se va a poner negra de
coraje”. Nada concuerda con la idea que nos han vendido sobre ser bueno y ser malo. Ni el
niñito bueno encuentra la paz en sus heroicos actos, ni nadie reconoce su esfuerzo por el
simple hecho de que todo le resulta al revés. Lo mismo sucede con el niñito malo, que en
su afán de exhibirse como un malvado ante sus amigos, termina convirtiéndose en la
víctima.
A través de un lenguaje claro, que sin duda armoniza con el trabajo de Ricardo
Peláez al crear dibujos que amplían la experiencia lectora, con coloridas dimensiones, Mark
Twain pone en tela de juicio lo que dicta la iglesia. Se burla de la realidad en que viven sus
personajes, dejando claro que las posibilidades de la literatura son tan infinitas como la
imaginación o la realidad.
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