lunes, 5 de septiembre de 2011

Y el libro que elegí es...

El libro del cual transcribí un párrafo del post anterior lo copié de  éste libro que comento a continuación.
Lo compré ni bien lo ví en la librería de mi barrio, me pareció muy interesante el título, ya que me interesa mucho éste tema para poder ayudar a mi hijo mayor -de 8 años- a superar sus inseguridades y a valorarse más, es un ser muy especial, sumamente servicial, sensible y muy cariñoso.

"Educar las emociones, Educar para la vida" de Amanda Céspedes. Editorial Vergara

Amanda Céspedes, neurosiquiatra infantil, en su nuevo libro impulsa a los padres a cambiar los castigos por conversaciones. "Los padres creen que son más débiles si escuchan a sus hijos". 

Hace un tiempo, saliendo de una estación del metro a la hora de mayor tránsito, la neurosiquiatra Amanda Céspedes se encontró en el camino con una joven mamá que no hacía más que gritarle a su hijo, un niñito de unos cuatro años sumido en un berrinche incontrolable. Entonces, no pudo evitar involucrarse:

- Fui muy dura con ella y le dije que no podía tratar así a su hijo. Ella se sentó en el suelo y me dijo, entre lágrimas: si usted supiera el nivel de estrés que tengo... Yo me quedé pensando que es cierto, que todos hoy vivimos con estrés. Pero eso no da permiso para desquitarse con los niños. Le dije: ¿por qué no lo tomas y le das un beso? Si le transmites tu cariño, ese niño será un bálsamo para tu estrés. Pero si lo tratas mal, eso sólo aumentará tu tensión.

Decirle esas palabras a la mujer la dejó tranquila por un rato. Pero luego se sintió culpable. Después de todo -reflexionó- , ni las madres, ni los padres, ni los profesores están preparados para cambiar el modelo de crianza que se ha impartido de generación en generación, donde el castigo y la imposición de disciplina parecen ser las únicas herramientas para imponer normas y límites a los niños.

A esas madres, a esos padres y a esos profesores, está dirigido su último libro, "Educar las emociones, educar para la vida" (Editorial Vergara) -que se presentará este próximo domingo 9 de noviembre en la Feria Internacional del Libro, una suerte de secuela de su primera entrega, "Niños con pataletas, adolescentes desafiantes", donde analizaba cómo las conductas rebeldes infantiles debían tomarse como señales de un problema, más que como simples caprichos.

Esta vez, el tema principal es cómo los adultos -que se quejan de estar criando niños cada vez más insolentes, desafiantes, rabiosos y que no saben tolerar la frustración- pueden revertir este panorama y educar las emociones de los niños desde sus primeros años de vida.

- Hay una tendencia erróneamente implantada entre los adultos a disciplinar a los niños antes que educarlos emocionalmente, y esto tiene un tremendo impacto más adelante en su adolescencia y adultez, cuando salen y se enfrentan a la vida, en lo que se llama la "inteligencia emocional".

Un niño sin educación emocional, dice, después se va a mostrar como un jefe descalificador, insolente, que no sabe escuchar y que no sabe comunicarse con sus subalternos; también tendrá problemas con su pareja y con sus cercanos. Será una persona llena de resentimientos, que no cree en sus capacidades y es dependiente emocionalmente.

- A los hijos no hay que educarlos para que se porten bien en el día y los dejen leer el diario; hay que educarlos para el futuro. Para que 20 años después puedan ser adultos educados emocionalmente. Hay un dicho muy bonito: los hijos son nuestro futuro, pero no es así. Nosotros somos el futuro de nuestros hijos, porque como los eduquemos hoy será cómo serán ellos en el futuro.

Pero, ¿qué significa educar las emociones?

Para explicarlo, la doctora Céspedes parte por hacer una distinción entre ese concepto y lo que los padres hacen hoy en la crianza.

- Hay que hacer una distinción entre disciplinar y educar emocionalmente. Disciplinar significa poner énfasis en el mal acto que cometió un niño y que amerita una sanción. El énfasis está en qué castigo le voy a dar. Educar las emociones, en cambio, no considera el hecho, sino por qué se produjo, y por lo tanto nos da un momento ideal para reflexionar con el niño, invitarlo a que se dé cuenta del error que cometió para que no vuelva a hacerlo.

Un padre que educa emocionalmente, ejemplifica la especialista, antes de castigar se hace varias preguntas: ¿Qué llevó a mi hijo a portarse mal? ¿Impulsividad? ¿Falta de reflexión? ¿Se dejó llevar por los amigos? ¿Quizás no supe escuchar lo que me estaba pidiendo? Pero a los padres les cuesta actuar así.

- El niño hace una rabieta y el papá dice: cállate, y no me sigas hablando así, que soy tu padre. Si no, te vas castigado. Pero no escucha qué es lo que quiere decir el niño; entonces ese niño, ante el grito del padre, grita más fuerte, y el castigo es más fuerte. O bien, vuelve a repetir la falta porque no entiende por qué lo castigaron. Hay que enseñarles a los padres qué quieren decir los niños y por qué quieren decirlo.

Las trabas de los padres

La doctora Amanda Céspedes reconoce que muchas veces el concepto de "educación emocional" es malentendido por los padres. En su consulta, muchos le enrostran: usted nos está enseñando a dejarnos dominar. Pero ella les explica que es justamente lo contrario.

- El padre que escucha, que contiene y que acoge es un padre que se valida frente al niño en el verdadero poder, que es el de respetar al otro, el de la admiración por ser acogedor y el poder del cariño. Los niños dicen: quiero mucho a mi papá y a mi mamá porque me saben escuchar. Pero los padres de hoy creen que son más débiles si escuchan a sus hijos - grafica la especialista.

Luchan, además, con varios factores que les juegan en contra: están menos en casa, "y el poco tiempo que están consideran que su deber es mantener el orden y evitar que los chicos se les desbanden. Llegan a la casa desde el trabajo y se centran en la disciplina: ¿Hiciste las tareas? ¿Arreglaste tu mochila? ¿Por qué dejaste tan desordenada tu pieza? ¿Te bañaste? Entonces comienzan los castigos", enumera Amanda Céspedes.

También, sus hijos reciben influencia no sólo de ellos, sino de la televisión y los videojuegos, donde ven adultos que descalifican a sus adversarios y los tratan con violencia, les hacen bullying. Y, además, les cuesta desprenderse del castigo como medida base de la educación.

No es que la doctora Céspedes sea partidaria de eliminar por completo los castigos. Prefiere llamarlos de otra manera: sanción. Y así lo ejemplifica:

- Si me paso una luz roja y el carabinero me hace sólo una señita y me deja pasar, voy a volver a cometer el mismo error. Por eso, en la crianza es necesaria la sanción. Pero es distinta una sanción acompañada de una conversación sobre lo que ocurrió a un simple castigo.

En el libro "Niños con pataletas..." cuento una historia de un padre que, frente a sus niños que jugaban saltando en el bus, toma a una de las niñitas del pelo y la arrastra hacia él. Eso es un castigo. Pero si ese papá hubiera dicho: a ver, por qué están actuando así, y los hubiera contenido, les hubiera dado una solución al por qué los niños estaban saltando, nada habría pasado: el papá no los habría tocado ni se habría impuesto por la fuerza. Ese papá tenía 1.90 de estatura; esa niñita, con un metro 10 ¡cómo se habrá sentido agarrada por esas manos!

También cometen un error los padres que sufren de aversión al castigo, aquellos que temen enfrentarse con sus hijos, ya que, advierte la neurosiquiatra, el mundo emocional de esos niños se vuelve vacío, "sin Dios ni ley, ya que desconocen límites, lo correcto de lo incorrecto; carecen de lo esencial del ser humano, que es el desarrollo ético".

Los cimientos de una buena educación emocional

Para educar las emociones, advierte la doctora Céspedes, los padres tienen un tiempo acotado con sus hijos: los primeros 15 años de vida. De los 0 a los 7 años deben implantar normas, y de los 7 a los 15, imponer límites.

- Si hacemos las cosas de esa manera, todo resulta tremendamente fluido, y muchas veces, aunque el niño sea difícil, no es necesario castigarlo - explica.

Las normas son inamovibles, no debieran ser más de cuatro o cinco, y deberían implantarse con fuerza a partir de los dos años de vida del niño. La más importante de todas es el respeto. El problema que ve en los padres, dice la especialista, es que éstos esperan hasta muy tarde para exigírselas al niño, y también se las imponen sin respeto.

- Esto ocurre, por ejemplo, cuando golpeamos al niño porque dijo una palabrota. El niño dijo algo sin respeto, pero el padre también lo trata sin respeto. O le grita. O lo trata con violencia.

Los límites, por su parte, pueden consensuarse con los niños, pero en ningún caso se pueden transar.

- Si a un niño de 11 años se le dice que puede ir a una fiesta sólo hasta las 12 de la noche, es sólo hasta las 12. Si el niño insiste tanto en querer volver más tarde y la mamá dice: me tienes cansada, ya bueno, vuelve a la hora que quieras; si rompe una vez el límite, ya nunca más podrá imponer un límite. En eso falla la mayoría de los padres: aplican límites según su estado de ánimo. Cuando la mamá está de buenas, es mucho más permisiva, y cuando está de malas, es mucho más castigadora. Y para qué decir los papás: los niños le miran la cara y saben como viene, si les va a permitir hacer todo, desde prepararse una pizza arriba de la cama, hasta prohibirles todo y mandarlos a la cama a cada uno con un correazo. Eso es un error tremendo.

Para los padres, hacer el cambio y modificar estas actitudes no es algo que ocurra de un día para otro. Es un trabajo consciente de meses, en los que se debe trabajar por crear un "clima emocional" seguro, donde, describe, los niños sean respetados por igual, donde haya una aceptación incondicional, los padres expresen su afecto en actitudes y palabras, y sobre todo exista comunicación afectiva.

- Los padres deben identificar estos factores y proponerse, por ejemplo, trabajar un factor cada dos semanas. Primero, trabajar el tema de la aceptación incondicional: cambiar la frase hijo, ¿cómo puedes ser tan tonto..?, por hijo, has hecho una tontería. Luego, el respeto: mirarme al espejo, y ver cómo lo trato. Un mes después voy a trabajar comunicación afectiva, y para eso voy a tener que estudiar, ya que requiere mucho trabajo práctico de entregar amor a los niños. Luego, hay que darles oportunidades de crecimiento personal a los hijos.

Otro factor importante es enseñarles a resolver creativamente sus conflictos.

- Por ejemplo, un niño que en marzo llega contándole a la mamá que tiene una profesora antipática: Mamá, yo no la voy a tolerar, porque es gritona, nos amenaza con llevarnos a la inspectoría, la mamá tiene que decirle que todos tenemos cosas negativas. Que, por ejemplo, escriba un papel con una rayita al medio y ponga en él las cosas negativas de su profesora, pero también las positivas, y que ella le enseñará a agrandar las cosas positivas, y achicar las malas. Tiempo después, quizás, el niño descubra que la profesora jefe también es la profesora de educación física, y que por ahí pueden hacerse amigos. Eso es resolver un conflicto. La vida está llena de conflictos y necesitamos ser flexibles y tolerantes.

La educación emocional en el colegio

"El colegio, tal como los padres, también debería ser un agente de educación emocional en los niños. Sin embargo, en la mayoría de los casos no ocurre así. "El principal responsable de la falta de educación emocional en la escuela es el desgaste emocional de los profesores", acusa la doctora Céspedes.

El peor educador emocional en la escuela es el profesor deprimido "por todas las razones que sabemos: malos sueldos, aulas atestadas. Y el segundo factor que influye es la falta de conocimiento de sicología del desarrollo, que los profesores aprenden en la universidad de forma muy teórica. Muchos llegan con un total desconocimiento del púber y del adolescente, y el profesor educa de manera intuitiva. Se entiende que el niño va a aprender conocimiento y cultura y eso es un error garrafal, porque el niño va a aprender como persona, y el colegio debe intervenir en lo emocional".

Un tema aparte es el bullying que se produce al interior de los colegios. 'Se les pide a los colegios que resuelvan el problema, y los responsables del bullying no están en la escuela, sino fuera de ella. Es la educación emocional autoritaria y castigadora, y la violencia intrafamiliar, además de los programas y juegos de video violentos. El victimario es la casa, y la víctima el colegio", dice la neurosiquiatra.

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